Hoy al arrancar el coche oí lo que me parecieron los gritos de unas gaviotas. Supuse que habría algunas cerca, en el exterior del garaje. La verdad, no era una novedad. Otra cosa no habrá en Vigo, pero gaviotas... En el primer semáforo, la cosa se repitió, y no me pareció tanto que fuesen gaviotas. Además, me acompañaba en marcha. En el segundo semáforo, ya tenía claro que llevaba un gato a bordo.
Llegué a Porriño y abrí el capó. Allí estaba el mínino, un cachorro. No había manera de sacarlo de allí y, a pesar de sus protestas, no tenía intención de bajarse por su propio pie. Ya en Vigo por la tarde me puse manos a la obra y si no fuese por un vecino, no hubiese sido capaz. Levantamos el coche con el gato, desmontamos la tapa de plástico que protege al motor y lo quitó ganándose un buen arañazo. Después subí el gatito a casa.
Un gatito salvaje que debía de tener una semana. Calculo que llevaba dos días en el coche. Ayer llevaba tal tostada que ni me enteré. Tan pequeño que ni sabe beber leche de un plato y tuve que alimentarle con una jeringuilla. Tan pequeño y tan fiero, porque estuvo una hora en mi regazo y casi lo duermo. Pero salí a entrenar y al volver ya volvía a amenazar con morderme.
Al final se lo ha llevado el vecino que colabora con la protectora de animales y sabía de quien se podría hacer cargo del animalillo. Por mi parte, el entreno ha sembrado tantas dudas como incógnitas ha planteado. No sé si iré a Lugo.
3 comentarios:
ohh que bonito, pobre!
Vente a Lugo hombre, a menos que no te tengas en pie vale para entrenar
bonita acción Xocas
y espero tomes en sério a Furacán!
Furacán, un gatito fiero pero muy bonito. Eso sí, era un saco de huesos.
Agostinho, en casa tenemos mucho peligro con los animales. Si no fuera porque la mayor es alérgica a los gatos...
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