A la cola, con el repelús que me dan, que si veo una cola
cambio de opción. Pero no la había, si querías recoger tu dorsal, tenías que
hacer cola y esperar pacientemente. Si la memoria no me falla, llevaba tres
años sin apuntarme a una marcha y ésta fue mi segunda marcha de carretera.
Recuerdo de la anterior que la diferencia entre tramo libre y neutralizado era
inexistente. Y si esto era así, tenía que estar vivo para no quedarme fuera de
juego en el kilómetro noventa y cuatro.
La marcha recorrería el sur de la provincia de Pontevedra.
Un primer tramo neutralizado de unos sesenta kilómetros. La subida al alto de
San Antoniño. Un segundo tramo de bajada también neutralizado. La subida al
Monte Aloia, puerto de primera categoría. Y, si en un cruce dado se llegaba
antes de treinta minutos después de que pasase el primer ciclista del pelotón,
la subida al alto de Couso y vuelta a Gondomar. Si no, a Gondomar directamente.
En total 106 o 98 kilómetros, dependiendo de la habilidad del primero y de uno
mismo.
Evidentemente quería hacer el recorrido más largo posible,
así que eché mis cuentas asumiendo que el tramo libre no lo sería y tomando
como referencia los tiempos de paso que dio la organización. Por eso, cuando
llegué al arco de salida y constaté que salía desde muy atrás me preocupé un
tanto. Si no seguía a un buen grupo, probablemente no lograría mi objetivo.
Y se dio la salida. Temperaturas agradables, nubes y claros,
buen ambiente y a rodar, que no hay nada mejor que hacer un domingo por la
mañana. Al menos, eso queríamos creer. Mucho ha llovido desde aquella primera
marcha de carretera y, sin embargo, he rodado muy poco en pelotón. A las
primeras de cambio me descolgué del grupo con el que quería rodar. En realidad
de una pareja compuesta por un tipo que no recuerdo y otro que llevaba una
equipación del Garmin de hace años muy chula (la auténtica razón de mi
elección). Y me descolgué porque se salió a toda pastilla. No daba enlazado y
cuando miro el pulsímetro, éste marcaba 37km/h. Estaba claro que así fallecería
más pronto que tarde, pero enlacé y al llegar a la glorieta de Nigrán y enfilar
hacia Baiona, ya le había cogido el truquillo, no volví a salirme de la
posición deseada.
Hicimos unos cincuenta kilómetros costeando. El entorno
precioso. El ritmo era alto para ir en solitario, pero el efecto de rodar en
grupo, más o menos pegados unos a otros, es increíble. Cuando llegábamos a un
repecho había que acelerar, cuando bajábamos, frenar. Pronto comprendí que
seguíamos con retraso el ritmo de cabeza. A medida que estaba más cerca de la
cabeza del pelotón, menos se notaba. Era muy divertido. A pesar de que temía
que la velocidad me pasara factura, una preocupación sin mucho sentido ya que
por sensaciones y pulso iba fenomenal, solo el hecho de rodar como lo hacíamos
era recompensa suficiente. Muchos iban charlando y yo, que no conocía a nadie,
me entretenía escuchando retazos de conversaciones, fijándome en las bicis de
otros y disfrutando de unas agradabilísimas sensaciones.
Llegamos a La Guardia, alguna zona estrecha, algunas caras
que nos miran con sorpresa. Dejamos La Guardia, me preguntaba cuánto quedaría
para el tramo libre y donde empezaría exactamente. Alguna vez había hecho el
recorrido pero en sentido inverso, y estaba perdido. Me puse a jugar con el pulsímetro
y llevábamos 54km a una velocidad media de 32,8km/h. Empecé a preocuparme de
verdad pero, por otra parte, estaba siendo un auténtico tramo neutralizado.
¡Qué nivel el del aficionado ciclista! Y yo que creo que entreno de forma
medianamente seria. En cualquier caso, nos desviamos de la carretera por la que
íbamos, afrontamos alguna rampa, se ralentizo sin motivo aparente el ritmo,
hubo una pequeña caída y llegamos a los pies del primer tramo libre. Estaba
deseándolo.
La subida tiene dos partes. La primera sube al alto da
Tebra. Las pendientes alcanzan los dos dígitos en algunas ocasiones pero, como
todo en esta vida, la clave está en aplicar la máxima “poco a poco sube el mono
al coco”. El límite está en el ritmo así que busqué el que me convenía. Dejé
que me pasasen los más fuertes y adelanté a algunos que no supieron calcular o
quizás no tenían su mejor día. No tenía intención alguna de cebarme puesto que
el Aloia esperaba más adelante.
El ambientillo en el avituallamiento de San Antoniño
La verdad es que sabía que la subida era en dos tramos, pero
creí que ya estábamos en el segundo, o… realmente no sé qué se me pasó por la
cabeza. El caso es que en el alto da Tebra repartían agua. Agarré un botellín y
supuse que era el avituallamiento que tocaba. El canario pedía a gritos que le
cambiasen el agua. Bajé de la bici y me adelantó un buen grupo. Mientras, me
preguntaba si no estaba prevista la entrega de avituallamiento sólido, ¿lo
habría entendido mal? El caso es que, agobiado por perder buena referencias y
quedarme a la cola del pelotón o, peor aún descolgado, bajé rápidamente hacia
el alto do Couso, giré 180º y empecé la subida al alto de San Antoniño, sin
saber lo que estaba subiendo. Vamos, una artistada de las mías. Subía a buen
ritmo, con ganas, dispuesto a no dejar escapar a un grupito de cuatro o seis
que llevaba delante. Y solo me molestaba el humo de la caravana de coches que
se formó debido el al despliegue que la benemérita hizo para que pudiésemos
girar con seguridad hacia el mirador. Llegaba pues al avituallamiento en donde
nos reagrupamos.
Las vistas desde San Antoniño
Tras la parada, bajamos hacia Tui. Sin dar pedales,
adelantaba a unos y otros. ¡Qué aerodinámica la de mi Cannondale y el Xocas!
Tándem perfecto. Algunos ciclistas invadían el carril contrario. Velocidades
altas en carretera cómoda todo el mundo divirtiéndose y, al llegar a una zona
más poblada, frenazo en seco y se escuchan gritos de: “¡Cómo vuelva a ver a
alguien invadiendo el carril izquierdo se disuelve la marcha y todos para
casa!”. Quizás la advertencia no estuvo de más, pero a mí me dieron ganas de responder:
“¡Cómo vuelvas a hacernos parar en seco te rajo las ruedas de la moto!” Quizás
el muchacho no se dio cuenta de que parar de 60 a 0 en bici no se hace igual en
moto que en bici. En fin. No le vamos a quitar la razón que la tenía, pero ya
pudo haber elegido mejor el momento. Por otra parte, una vez en Tui llegaba la
hora de la verdad: Aloia, siete kilómetros de pendientes superiores al 8%, un
tramo de 450m con una pendiente media del 19%. Descansos cero, ¿para qué? Un home é un home.
No sé si llegué a hacer un par de kilómetros sin llegar a
utilizar todo el desarrollo disponible: 34x27. Aún hace poco cambié el casete y
me preguntaron si quería mantener las mismas coronas. Al menos, las mismas. Los
metros se sucedían lentamente, parecía que las fuerzas acompañaban. No obstante
el pelotón se estiró sin remisión y me quedé acompañado de unos pocos ciclistas
con los que intercambiaba la posición a unos ritmos bastante lamentables. A
medio camino, una familia de desalmados preparaba un pulpo al estilo de la feria
que olía que alimentaban. Pero le echamos valor y continuamos la ascensión.
Pronto dejaron de verse casas, el entorno es precioso. Aquello es un parque
natural por un motivo claro.
Era mi tercer intento sobre el Aloia. La primera vez había
fracasado con mi vieja Peugeot. El motivo fue que me perdí y pagué los
kilómetros de más con un agotamiento de mis fuerzas a una distancia de la
“cumbre” que, en aquel momento no conocía. Era mi primera vez en aquel monte y
mi forma física no era la actual. La segunda vez lo logré sobre la dama de
hierro, una Peugeot de montaña rígida (pero rígida de verdad, sin suspensión de
ningún tipo). Fue en el transcurso de una marcha organizada por los Biciosos.
Me había parecido hasta fácil o, al menos, ese es mi recuerdo actual. Sin
embargo, el domingo sufría sobre la bicicleta. Cada kilómetro anunciaba una
pendiente media superior a la del kilómetro anterior, y notaba que mis fuerzas
menguaban. Hubo un par de momentos en los que casi me quedo parado sin bajar de
la bicicleta. Pero no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista) y
llegamos al final de la ascensión con dificultad, pero sin echar el pie a
tierra. Como corresponde.
Recogimos un botellín de agua y subimos una pequeña
pendiente y, en ese momento, recordé que el primero no podía sacarme más de
media hora. Un par de ciclistas me alcanzaron y comenzamos una bajada a todo
trapo. Notaba mi pierna izquierda acalambrada. Bebí del bidón de sales, pedaleé
con agilidad, recuperé la pierna. Uno de los tres nos descolgó. No quise pasar
al que me precedía. Aunque me pareció que podía bajar algo más rápido,
agradecía su referencia. Dejamos pasar a una moto de la benemérita que, de
verdad, no sé cómo no se la pegó. Si es que van como locos. Lo bueno es que las
curvas más peligrosas estaban muy bien señalizadas, por lo que los riesgos
estaban bastante controlados. Bajamos durante lo que me pareció una eternidad y
llegamos a Gondomar. ¿A Gondomar? ¿Y el alto do Couso?
Crucé el arco de meta y aún tardé en parar el pulsímetro debido
al desconcierto. Si había hecho el recorrido por encima de mi previsión, mi
media final fue de 27km/h, el primero ¿a qué velocidad había ascendido y bajado
el Aloia? Pregunté a un par de personas y un motorista de la organización me
dio la clave: “No sé cuándo llegó. Pasó destacado de los dos que le seguían y
la moto no fue capaz de alcanzarle en la bajada”. Afortunadamente no era una
marcha competitiva…
En todo caso, fue una gran mañana completada por unos
pinchos estupendos que pude disfrutar en buena compañía. Durante los mismos se
me acerco una joven entregando un papelito. Resulta que era información de María Sío,
quien había estado haciendo fotos durante la marcha y te invitaba a que
consultases su Web. Por un instante tuve el sentimiento de que estaba jugando a
la lotería. Quizás tuviese suerte y encontrase una buena foto.
En conclusión, me parece que voy a tener que incluir más
marchas en mis entrenamientos. Con el beneplácito del sensei, claro está.