Pues ya cerca de Ribadavia un perro negro se echó a correr hacia la carretera, a unos metros por delante de mi. Me vio con tiempo y arrancó con, juraría, no muy buenas intenciones. Bajaba con el plato metido y una de las coronas pequeñas, pero la carretera cambiaba su pendiente inmediatamente y no era cuestión de ajustar el ritmo a la subida, sino de escapar. Así que subí una corona, me puse de pie y empezé a esprintar como si me fuera algo en ello. ¿Quizás la piel si el perro me alcanzaba? Una serie corta pero intensa, 176ppm de máxima (mi límite está unas pocas pulsaciones por encima). Al final, cuando miré para atrás el perro ya no estaba. Supongo que exageré el ritmo. Poco después vi a una señora de espaldas haciendo sus cosillas de pie. Llevaba falda, ¿algo más? Volvió a llover de nuevo y ya se hacía de noche. Entre místico y tonto.
Total, que el domingo y hoy he tenido un par de días de pequeñas molestias y he decidido no volver a correr o pedalear hasta el comienzo de mi plan perfecto, que empieza de aquí a tres semanas. A ver si hay suerte y algún lector pontevedrés me llama uno de estos domingos para hacer una escapadita de un par de horas e incumplo lo aseverado. No somos nadie, unos pecadores que se dejan llevar por un par de...ruedas.
¡Ah!, pero estoy contento, cada vez me encuentro mas cómodo en la piscina, esto marcha.
Ahora toca sacrificar en aras de beneficios futuros
2 comentarios:
jojojo si te cuento lo que he llegado a encontrar yo... los entrenamientos por el ribeiro son muy entretenidos :-D
Me lo puedo imaginar, Galicia sitio distinto.
Publicar un comentario