Pues eso, que estamos en plena faena. Un montón de trabajo de oficina y un montón de horas. Este año no va a ser como el año pasado. Cambio el esquema. Así que me escapo a la hora de siempe, entreno, veo a la familia, cenamos juntos (o no, depende del día) y después continuo trabajando hasta cuando toque. Y al día siguiente más. El fin de semana, con el portátil a casa y listo. No me quejo, pero no hay felicidad perfecta.
Antes de ayer carrera a pie. Se suponía que debía correr ligero pero sin forzar. Claro que esto implica que controlo los ritmos y sí, me gustaría poder hacerlo. También me gustaría no despistarme dejando volar la cabeza y fijarme de vez en cuando en los mojones que marcan los quilómetros. Como ni lo uno ni lo otro, y ayudado por el bonito rompepiernas que es el camino que va de Cangas a Moaña, me pasé de rápido y llegué a casa arrastrando la lengua.
Ayer no podía ser menos, a las nueve en la piscina. Marea alta = agua no muy fría. Pues no, agua fría, turbia y un oleaje molesto. Y allí estaba como un corcho de la barca a la boya y de la boya a la barca. Hay días que parecen 75 metros y otros 150. Cada vez estoy más seguro de que cambian la barca de sitio por fastidiar. 28 minutos antes de la congelación definitiva. Tembleque hasta las diez de la noche. En fin. Ahora, a trabajar que va a ser que necesito cobrar a fin de mes y estas aficiones mías me cuestan un dinerito.
¡Qué siga!
4 comentarios:
dos?
y esa taza mexicana? ;)
Dos días seguidos en los que no acabo el entrenamiento con buenas sensaciones. ¡Ah! México lindo. En septiembre viene mi anfitrión allí, risas garantizadas.
"¿Que siga?" Y que no falte...
Gracias por pasarte Dani, tú los has dicho, ganas y oportunidad.
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