Creo que tenía diecisiete años y fue por esta época y con este mismo calor, seguro que fue un sábado. Aquel verano al M.A. y a mí se nos dio por correr todos los días. Nunca antes nos habíamos puesto a ello. No recuerdo cuáles eran sus deportes favoritos aparte del baloncesto, pero en mi caso, eran baloncesto y ciclismo. Pero empezamos y le fuimos cogiendo el gusto, unos treinta minutos diarios, por la mañana y con la fresca. Así empezamos a ganar forma y a darle vueltas a participar en alguna carrera. Nos recreábamos viendo que nuestras pulsaciones bajaban. Charlábamos de todo y de nada. Era estupendo. ¿Cuántas semanas llevaríamos así? ¿Dos o tres? Quizás algunas más.
Y un viernes por la tarde, ya con el Juan en la tertulia, barajamos la posibilidad de ir corriendo a Leiro y volver. Diez kilómetros de ida, diez de vuelta, pero en aquel momento no pensamos en la distancia. Así que al día siguiente nos reunimos vestidos de corto, con camiseta de algodón y aquellos pantalones de tejido sintético que olían a rayos a los pocos usos. Los aprendices de atleta eramos: M.A. de Manuel Antonio, nada que ver con el personaje de la serie, moreno, delgado, un poco encorvado, introvertido y con diferencia el que más fondo tenía de los tres. Juan, fuerte, altanero, el clásico jovenzuelo que puede con todo y con todos. El Xocas, nunca destacado en ninguna actividad deportiva pero, como siempre, apuntándose a un bombardeo.
Decir que habíamos elegido hora sería mucho decir. Al final salimos pasadas las doce del mediodía con un calor infernal y sin agua. ¡Non hai sentidiño! Y corrimos hacia Leiro, zancada a zancada, riéndonos, a trote, por la carretera. Llegamos al camping y allí nos entretuvimos un rato. Otra cosa no, pero ganas de hablar, de decir tonterías y de pasarlo bien nunca han faltado. Éramos buenos amigos. Al menos dos de nosotros.
Pero el regreso, ¡ah! el regreso. Las fuerzas empezaron a faltar al poco de salir de Leiro. Por supuesto no habíamos aprovechado para beber. La temperatura había subido un poco y no había, ni hay, una sombra en la que cobijarse durante la carrera. Así que pronto pasamos de correr a andar y de andar a arrastrarnos. Recuerdo que el Juan empezó a hacer autoestop, el M.A. a decir que estaba fundido y eso quería decir que yo ni me encontraba. Hubo un momento en el que hasta nos tiramos en el arcén un rato y bien pasadas las dos de la tarde llegamos a Ribadavia. Arrastrándonos y quejándonos de la poca solidaridad de los automovilistas que no nos habían recogido. Suerte que no nos atropellaron.
Decir que aprendimos algo también es mucho decir. El M.A. y yo seguimos corriendo e incluso participamos en nuestra primera carrera popular juntos, pero esa es otra historia. Creo que fue hace tres o cuatro años que cai en la cuenta de que aquel fue mi primer intento de completar casi una media maratón. También me percaté de lo brutos que habíamos sido. En fin, ¡qué bonitos recuerdos!
5 comentarios:
Menuda jumentada jaja. Ribadavia-Leiro en verano es como el Death Valley!
Hoy fui hasta Bieite y volví, vaya calor, llevé 800 mL de agua y no me sobró nada.
Esos recuerdos terminan siendo los mejores. Me acabas de recordar que de alguna forma parecida debió nacer el Iron Man entre la charla y cabezonería de aquellos marines.
si señor y con todo el sentidiño de la juventud
no te recordes mucho que vas para "viejo"
ehehehe
ay brutiño...
la habéis repetido?
Furacán, te creo, te creo.
Mildo, seguro, no hay más que ver las fotos de aquellos tiempos.
Cavasco, no sabes lo mucho que estoy de acuerdo con esa afirmación.
Davidiego, pues no, no repetimos esa, pero hicimos otras...
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