Sin pies ni cabeza
Era la última prueba del calendario. Un triatlón que celebra la amistad de dos pueblos, un triatlón en el que se atraviesa una frontera que es un río, en el que se pedalea por los restos de una fortaleza innecesaria a los pies de una orilla y se corre alrededor de otra igualmente inútil en la orilla opuesta. Triatlón de modalidad cross, que este año era, además, campeonato gallego de la especialidad.
Concentrado minutos antes de la salida
El Xocas miraba al río en un día padre para disfrutar del triatlón. Volvía al lugar de su primer encuentro con el triatlón... y de su primer desencuentro. El nado se haría a favor de la corriente, curiosamente, en sentido contrario a la desembocadura del río por el efecto de la marea que, a la altura de Goián, era claramente perceptible. Casi sin darse cuenta, estaba en medio del lío. Sin manotazos ni chingones que interrumpiese el que entendía era un buen hacer. Así, llegó a la orilla un tanto mareado y no miró el reloj hasta que estaba de camino a boxes: ¡poco más de doce minutos! Ándale que no fue corta la natación y ¡cómo empujó el río!
Ya sobre su bicicleta roja despachaba el primer tramo de asfalto y adoquín camino de la fortaleza, rogando al cielo que el circuito fuese todo lo fácil que recordaba. En el primer repecho duro, un par de triatletas que le precedían echaron pie al suelo. Esto sucedía cuando el Xocas cambiaba de plato y coronas. Forzó más de la cuenta y finalmente también subió lo que quedaba de cuesta corriendo. Un llaneo, una bajadita, otro repecho y el plato pequeño que no entra. Otra vez el pie al suelo y arriba, y arriba y a por las bajadas. Tras un corto tramo de asfalto, un cambio de sentido cuesta abajo en el que se pasaba del mencionado asfalto a una zona de piedras sueltas. El Xocas vio volar al triatleta que segundos altes le adelantaba justo antes del punto de giro. ¡Ay madre! Apretó los frenos hasta casi quedarse parado y con la mayor prudencia pasó al lado del colega que ya se reincorporaba. Al poco le volvería a pasar, antes de la última subida digna de mención. Aquella en la que hacía dos años perdió la oportunidad de completar su primer triatlón. En esta ocasión, le valió para comprobar que, en aquella primera subida, estropeó el cambio delantero y se había quedado sin plato pequeño.
La segunda vuelta fue parecida a la primera: lo que se tendría que hacer con el plato pequeño, se hizo con el mediano y todas las coronas disponibles. Así, mientras que subiendo mantenía la posición más o menos, en las bajadas sus colegas le adelantaban sin piedad. Estaba claro que o le faltaba valor, temeridad o ambas cosas a la vez. La competencia se le hacía dura y a su pesar, llaneando hacia el punto de giro se encontró con que tampoco podía utilizar el plato grande, pues se le salía la cadena, cosa que comprobó hasta tres veces (aunque esto no le hizo parar). Pero todo se acaba y cruzar el puente sobre el río Miño recompensaba estas pequeñeces y los calambres en el gemelo. Una prueba de que se estaba esforzando como la ocasión lo merecía.
Pero la carrera a pie venía con regalo. Dura y variada, un buen cross. Un tramo corto de arena, unas escaleras, unas curvas fortaleza arriba y abajo y una cuesta abajo bien pendiente para quemar los muslos. El Xocas empezó a paso lento, machacado por un inoportuno flato y otro dolorcillo del que no quiso dar parte. La primera vuelta siempre le cuesta, le cuesta la cuesta y le cuesta que lleguen las buenas sensaciones. Más al fin y al cabo las sensaciones acaban llegando y, si no llegan, acaba la carrera. Nuestro protagonista acabó feliz y lleno de moral tras adelantar al menos a cinco triatletas en la última vuelta y solo le sorprendió un tiempo superior a 30 minutos para los cuatro kilómetros y medio que anunciaba la organización. ¡Bah! - pensó - será como en la bici, que anunciaron 17,4 y casi fueron 20.
Un bonito sombrero, en lugar de la manida camiseta, con el eslogan: "No se me va de la cabeza" (premonitorio, sin duda)
Epílogo
La verdad es que el Xocas estaba mosqueado: 30 minutos para tan poca distancia. Algo no encajaba, no tenía la sensación de haber rodado tan despacio, pero, entonces, había dado una vuelta de más. Consultó de nuevo los reglamentos y surgieron más dudas. En el reglamento del campeonato gallego, se anunciaba que el circuito a pie era a cuatro vueltas. En el reglamento general, que era a dos. (Esto que el autor escribe, se puede comprobar
aquí.)
Por si fuera poco, había salido del agua justo en mitad del pelotón y perdido posiciones en bici, pero, desde luego, no le habían adelantado veinte triatletas a pie. Al final, rodando de camino a casa el lunes por la tarde, cayó en la cuenta de que no tenía que comprobar más que un par de dorsales para salir de dudas. Efectivamente, hizo una vuelta de más. Es cierto que fue culpa suya, era su obligación conocer los recorridos y el reglamento, pero quizás hubo una cierta desorganización por parte de aquellos que pusieron las reglas. En todo caso, qué más da tras la satisfacción de haber podido con todas las dificultades en un día en el que, para mayor satisfacción, se vio arropado por su familia.